Abrí los ojos, oscuridad, sólo oscuridad había ante mí. Un abismo de incertidumbre que me impedía poder dormir. Las sabanas pesaban, el fino camisón me apretaba demasiado, no paraba de dar vueltas en aquel colchón que tantas noches había conseguido hacerme descansar. Pero esta vez no había entrado en mí la morfina que me tranquilizaba y me hacía olvidar todo el estrés diario. Me levanté, echando las sabanas hacia un lado con desprecio. Dejé las zapatillas y me dirigí descalza hacia la ventana. Subí la persiana y corrí los cristales. Pronto mis pulmones se inundaron de aire puro, fresco, que, a mi pesar, quemaba mis entrañas. Parecía que nada de lo que hiciera conseguía quitar la angustia que tenía en aquel instante. Contemplé el cielo, no había luna, parecía estar la noche de luto, sin estrellas, sin nubes, nada. Eso me hizo recordar. Giré la cabeza hacia la mesita de noche. Allí la luz que entraba de la calle alumbraba mi móvil. Fui de nuevo hacia la cama. Me senté, miré fijamente hacia el instrumento que lo había ocasionado todo. Durante varios minutos permanecí inmóvil. No me importaba que el viento que entraba desde la ventana erizara mis piernas desnudas, ni que mi cuerpo pesara tanto por el cansancio que apenas podía mantener la compostura. En ese momento no me importaba nada. Extendí el brazo y cogí el móvil. Me introduje en el menú hasta llegar al destino deseado:
7:05 Por favor necesito verte. Ven a las 8:00 al Street Café.
Mis manos temblaron al ver lo que yo misma había escrito horas antes, al ver que aún así mi expresión seguía serena y tranquila. Volví a dejar el móvil en la mesita y me recosté en la cama mirando al techo. Como si lo visualizara todo de nuevo, comencé a recordar…>>
- ¿Qué va a tomar?
- Un Cappuccino con nata descafeinado, por favor. Respondí
Mis manos giraban la cuchara de una taza gris. Mis ojos miraban la espuma que sobresalía del borde, pero mi mente estaba llena de pensamientos, de cosas que perturbaban más y más a mí ser.
Noté una presencia que me resultaba familiar. Unas manos rozaron las mías y pronto alcé la vista. Miré aquella cara angelical que contrastaba con un aro en la nariz y en el labio inferior. Bajo unos ojos verdes, noté la preocupación que le había ocasionado mi mensaje. Lo contemplé como la primera vez; su cresta oscura con un mechón azul que hipnotizaba a cualquiera, una camiseta negra que combinaba muy bien con el verde militar de sus pantalones. Entonces vi la placa que le regalé hace ya tiempo, colgando de su cuello, en la que ponía
” Kaleb”…>>
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